Lector 1: Ponte cómodo, colócate en una buena postura, relaja
tus músculos, tu cuerpo. Relaja tu interior y de manera suave ve acompasando la
respiración. Mira la cruz, está vacía esperando a que llegue Jesucristo. Los
clavos y el martillo para clavarlo, desangrarlo y ponerlo en lo más alto del
monte. Cristo va entregarse por nosotros, Él no se niega a su pasión, no cierra sus brazos para defenderse,
el mantiene sus brazos abiertos como se los pondrán en la cruz, para abrazar a
todos, para abrazarte a ti.
A DOS COROS
No me mueve, mi Dios, para
quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el
verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en
tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te
quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Lector 2: ¿A qué nos mueve el amor de Dios? ¿Nos llaman sus brazos para
abrazarlo en la cruz? ¿Nos llama su amor a darnos a los demás? ¿Sabemos extender
nuestros brazos? ¿Sabemos ser cristianos en este mundo?
Lector 3: Lectura del profeta
Isaias:
El Señor quiso que su siervo
creciera como planta tierna
que hunde sus raíces en la tierra seca.
No tenía belleza ni esplendor,
ni su aspecto era atractivo;
los hombres lo despreciaban y lo
rechazaban.
Era un hombre lleno de dolor,
acostumbrado al sufrimiento.
Como a alguien que no merece ser visto,
lo despreciamos, no le tuvimos en cuenta.
Y sin embargo, él estaba cargado con
nuestros sufrimientos,
estaba soportando nuestros propios
dolores.
Nosotros pensamos que Dios lo había
herido,
que le había castigado y humillado.
Pero fue traspasado a causa de nuestra
rebeldía,
fue atormentado a causa de nuestras
maldades;
el castigo que sufrió nos trajo la paz,
y por sus heridas alcanzamos la salud.
Todos nosotros nos perdimos como ovejas
siguiendo cada cual su propio camino,
pero el Señor cargó sobre él la maldad de
todos nosotros.
Fue maltratado, pero se sometió
humildemente
y ni siquiera abrió la boca;
lo llevaron como cordero al matadero,
y él se quedó callado, sin abrir la boca,
como una oveja cuando la trasquilan.
Se lo llevaron injustamente
y no hubo quien lo defendiera;
nadie se preocupó de su destino.
Le arrancaron de esta tierra,
le dieron muerte por los pecados de mi
pueblo.
Lo enterraron al lado de hombres malvados,
lo sepultaron con gente perversa,
aunque nunca cometió ningún crimen
ni hubo engaño en su boca.
Palabra de Dios
Lector 4: Testimonio de
vida
El día vendrá cuando mi cuerpo
descanse sobre una sabana meticulosamente arreglada entre las cuatro esquinas
de un colchón localizado en un hospital muy ocupado entre el vivir y el morir.
En cierto momento un doctor determinara que mi cerebro ha dejado de funcionar y
entonces todos los intentos y propósitos serán en vano, pues mi vida habrá
terminado.
Cuando esto ocurra, no
intenten colocar vida artificial en mi cuerpo con el uso de maquinas y no
llamen a esto mi lecho de muerte. Llámenlo mejor mi lecho de vida y permitan
que mi cuerpo ayude a otros en su intento por continuar viviendo.
Den mis OJOS al hombre
que nunca ha visto un amanecer, la cara de un niño o
la mirada de una mujer enamorada.
Den mi CORAZON a la persona a la que su propio corazón solo le causa días
dolorosos sin final. Den mi SANGRE a un joven que ha sufrido un accidente en
su coche, para permitirle ver a sus nietos jugar. Den mis RIÑONES a aquellos
que dependen de una maquina para existir semana a semana.
Tomen mis HUESOS, mis
MUSCULOS, cada NERVIO de mi cuerpo y encuentren la manera de hacer caminar a
un niño impedido.
Exploren cada rincón de
mi cerebro, tomen sus células si es necesario y déjenlas crecer de tal suerte que algún día
un niño mudo
pueda gritar un gol, una niña sorda
escuche el sonido de la lluvia en su ventana.
Quemen lo que queda de
mí, y esparzan las cenizas al viento para ayudar a las flores a crecer.
Si tienen que enterrar
algo, que sean mis faltas, mis debilidades y todos mis prejuicios en contra de
mi hermano el hombre. Den mis pecados al diablo. Den mi alma al señor. Y si por casualidad
quieren recordarme, háganlo con una acción agradable o una palabra de aliento
para alguien que los necesita. (ROBERT N. TEST)
Lector
5: Seamos nosotros hoy en día brazos, manos y corazones inquietos por la
construcción del reino. Que el día que ya no estemos el mejor recuerdo que
dejemos sea nuestro testimonio de amor y cristiandad. Terminamos nuestra
oración Rezando el padre nuestro.